Y tres amigos de Job, Elifaz temanita, Bildad suhita, y Zofar naamatita, luego que oyeron todo este mal que le había sobrevenido, vinieron cada uno de su lugar; porque habían convenido en venir juntos para condolerse de él y para consolarle… Así se sentaron con él en tierra por siete días y siete noches, y ninguno le hablaba palabra, porque veían que su dolor era muy grande. Job 2:11-13.

¿Qué palabras puedes utilizar frente al dolor ajeno, cuando este es demasiado grande? ¿Qué podrías decirle a una madre cuyo pequeño hijo acaba de morir de leucemia? ¿O a un padre a quien le raptaron un hijo para pedir rescate, a quien torturaron, golpearon brutalmente y asesinaron sin piedad? ¿Debo seguir con la lista de terribles ejemplos de dolor humano? Creo que los dos casos que he comentado son suficientes para damos cuenta del “escándalo”, para la vida humana y para la fe, que es el tema del sufrimiento.

Muchas veces los creyentes, en su afán legítimo de llevar consuelo y esperanza, y cumpliendo con su sentido de deber cristiano de dar a conocer a Cristo, empiezan a “predicar” a las personas que han sufrido tragedias tan graves como las que acabo de mencionar. Sacan a relucir textos y argumentos bíblicos; a elaborar una teodicea (defensa teológica y filosófica de Dios) frente a las personas que están sufriendo, pensando que sus argumentaciones ayudarán a paliar el dolor. Pero la realidad es que, en la mayoría de los casos, las personas que sufren lo que menos necesitan es que se apele a su razón y a su sentido lógico. La única forma en que pueden vislumbrar el amor de Dios, a pesar de todo, no es por medio de una exposición teológica sino del contacto de una mano en el hombro, del cariño sincero, de ofrecerse para ayudar en cuestiones prácticas que deban resolverse. Se trata de “estar ahí”, disponible, para lo que el sufriente necesite y pida, y no para lo que nosotros imaginamos que debemos darle; de ser un ángel de Dios para esa persona.

Frente a un ser humano doliente, lo mejor es prestar nuestro oído y nuestro corazón, para escuchar, acompañar y apoyar.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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